jueves, 16 de julio de 2009

Invierno

Sonrisa….falsa. Muchas gracias….falsa. Cualquier cosa te llamamos…falso.

Ya empezaba a lloviznar otra vez cuando venía subiendo por la calle hacia dieciocho. Las primeras luces se encendían dejando a la ciudad en ese estado letárgico. Entre el día y le noche con las luces metidas en el medio. Siempre se le venía esa imagen de una planta dentro de una casa, al lado de la ventana pero iluminada con una lámpara ultravioleta. Una tristeza.
A medida que la lluvia avanza la gente desaparecía. Llegó a dieciocho y es hora pico. Bondis rellenos de gente, autos con las luces encendidas, motos y bocinas haciendo un decorado navideño perfecto en pleno Julio.
Desde afuera la puerta de el antiguo hotel, ubicada ente dos casas parecía no dirigir a ningún lugar. Pero una vez atravesada daba a un pequeño pasillo techado hasta la mitad, con una bombita solitaria a medio camino. Luego empezaba el patio interno sobre el cual se agolpaban las antiguas habitaciones que ahora eran alquiladas por una vieja bigotuda quien aseguraba: “había perdido a su marido por los Tupas”, nunca nadie se animaba a preguntar que quería decir eso exactamente. En todo caso; la puerta, la bendita puerta se hinchaba con la humedad y tuvo que forzarla un poco para intentar entrar. Parecía que el patio se había inundado porque había una fina capa de agua en el suelo que algún alma caritativa había cubierto con pedazos de cartón y diario.

Agradeció a la suerte que por lo menos le concedía la gracia de no tener que cruzar el patio para llegar al “apartamento”. Tomó por la escalera de la derecha que daba a la fila intermedia de habitaciones y de ahí hasta la cuarta puerta.
El ¡Chop, chop! De los championes le indicó que la inundación parecía haberse extendido. ¿Julia estaría en casa? En teoría debería estar. Siempre estaba en la casa. La había vuelto a encontrar hacía un par de semanas y le había invitado a visitarlo. Esa noche se habían acostado y ella se quedó. Parecía ser algo natural, esas cosas que simplemente “suceden” y apenas se notan. Ella dormía la mayoría del día y compartían un par de horas durante la tarde. Caída la noche ella se iba, y el nunca le preguntaba que hacía, es más, tampoco le importaba. No se habían vuelto a acostar desde entonces, pero la compañía le hacía bien (suponía que a ambos les hacía falta) y cuando ella llegaba durante la madrugada metiéndose en silencio dentro de la cama resultaba de lo más reconfortante.

Ojalá estuviera Julia.

Generalmente cuando llovía tenía que apagar el portalamparas porque corría un considerable riesgo de electrocutarse. Ojalá abriera la puerta y estuviese Julia con su pelo negro, corto, desordenado; con la luz de alguna vela que haya encontrado en algún cajón; con el resto del vodka que estaba en la heladera. Meterse un rato en la cama a tomar un trago, fumarse un cigarro, sentir el cuerpo caliente de Julia, sus pies fríos, su nariz fría, un poco de música y dejar pasar un rato. Así, en el momento. Haciéndose compañía en silencio, reales, más presentes que en cualquier momento. Dejando filtrar la lluvia un rato, sacandose la humedad de adentro.

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