lunes, 6 de julio de 2009

Historias inconclusas

Dos tazas, dos platos, un sofá, una televisión que cumplía (y con eso alcanzaba, ya que la mitad de las cosas que se permitían tener o bien cumplían una función específica que respondía a sus intereses o cumplían con “lo que una casa debe de tener”), una radio con “pasacassette”, un par de reliquias (un toca discos y algún afiche viejo), una pequeña biblioteca; dos sillas (y dos más para invitados), dos botellas de shampoo, dos cepillos de dientes. El mundo binario era interrumpido por varias excepciones, algunas ya mencionadas pero una aún más importante. Una-sola-cama.

Mauricio estaba de cara al sol. Siempre le había parecido que el sol en Montevideo “quemaba” distinto que en otros lugares. Bah, esa era la diferencia. Según Mauricio ahí el sol no quemaba, más bien lamía las cosas.

-Mauri, ¿Sabés donde está mi disco de la Velvet?-

Desde esa posición en el piso podía ver el pelo enrulado de Analía surgir del piso del altillo y frenar hasta que quedaran sus ojos a la altura del suelo. Mauricio giró quedando boca abajo. Apoyó su mentón sobre la madera del altillo.

-Ni idea…-

Unos segundos de silencio. Hacía tiempo que no se fijaba en los ojos claros de Analía.

-Si no está en la caja con el resto de los vinilos ni idea- Dándose por desentendido volvió a su posición original. De cara al sol.

-Mauri… ¿Vos qué vas a hacer ahora?- Había algo similar a la culpa en su voz. Mauricio entendió que Ana seguía ahí; sentada en la escalera del altillo -… ¿Vas a volver a Buenos Aires? –

Dejó la pregunta flotar unos segundos en el aire. Llenando poco a poco la habitación mientras el sol montevideano le lamía la cara. Recordó que hacía un par de semanas que no se afeitaba.

-No sé, puede ser. Todavía no pensé mucho en eso. Antonio me ofreció quedarme allá, a la casa de mis viejos no vuelvo ni en joda. El otro día hablé con ellos, preguntaron por vos-

Silencio

-No les dije nada – La frase cayó como una sentencia, seca, cortando la habitación en dos. – Ahora dejame tranquilo que tengo cosas que pensar –

Pensar. Sí, pensar. En los cajones vacíos, en el altillo, en pelo de Analía, en la cama, en los discos, en el café, en los libros. Tenía que pensar en todo menos que iba a hacer en los siguientes días. Algo que había aprendido a hacer cuando vivía con Antonio en Buenos Aires, “Algo ya va a aparecer” decía el flaco cuando alguno perdía el laburo y había que pagar el alquiler. Y en ese puto sol de mierda que no dejaba de lamer.

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