jueves, 30 de julio de 2009

Uroboros

Ya eran las doce de la noche y Fernando se preparaba para la próxima ronda. Tomó el último mate, soltó las cartas sobre la mesa y se calzó las zapatillas blancas.

- ¿Te animás a pasarte por el comedor antes de volver y traer más agua caliente? - Dijo Bermúdez.

- Y no te olvides de saludar a la loca de los pulpos - Agregó Blanco, no sin recibir una mirada de censura por parte de la nurse.

Fernando asintió y salió al pasillo lamentando haber dejado semejante partida de truco por la mitad. "Ya van a ver cuando vuelva" pensó mientras miraba la luz de la calle colarse entre el enrejado de las ventanas. A Blanco ya le había sacado la mentira, el viejo Bermúdez era bastante mejor y les llevaba la delantera. Pero no iba dejar que tantos años de truco entre clases y tardes de domingo se fueran al tacho sin hacerles justicia primero.

La noche había estado muy tranquila. Sin un solo grito que les interrumpiera la ronda del mate, la radio bajita, la charla y la partida. Caminaba apurado por los pasillos del viejo edificio. El aire fresco le devolvió un poco de vida a sus pulmones ya viciados por el humo de los cigarros de sus compañeros. Hacía poco que había entrado y todavía no fumaba. Sabía que eventualmente iba a suceder. Era solo cuestión de tiempo.

Pasó por la habitación de la nueva. Miró por la rendija y la encontró durmiendo. La loca de los pulpos; comprendió la mirada-balazo que le había mandado la nurse a Blanco. La palabra "loca" estaba absolutamente fuera del diccionario en horas de trabajo. La mujer dormía placidamente. O al menos tan placidamente como se pudiera con la ayuda de el batallón de medicamentos que le inyectaban. Aunque no le hacía mucha gracia era norma del hospital cuando alguien ingresaba en ese estado. Ponerle a dormir de inmediato.
Fernando continuó su ronda con cierta satisfacción de que nada interrumpiera su camino hasta el comedor. Ahí consiguió un poco de agua caliente y emprendió la vuelta la sala de enfermeros.

La loca de los pulpos, cuando la mujer había ingresado esa tarde no hacía más que chillar sobre un pulo gigante que vivía debajo de la tierra. Seguramente a Blanco le costaría una observación por decir "loca" frente a la nurse."También, burlarse de esa manera de la pobre mujer...", Fernando sabía (no sin cierto temor), que eventualmente iban a dejar de importarle los pacientes del hospital. Y de cierta manera se daba el gusto de, mientras le durara, sentirse mejor que sus compañeros, más humano.

Solo el "FLOP FLOP" de las zapatillas se escuchaba por los altos pasillos. Lo cual era señal de que al emprender la ultima parte de su camino nada iba a molestarlo. Con la linterna iba iluminando las puertas, viendo dentro de las habitaciones, todo en orden. "FLOP FLOP FLOP FLOP", Fernando se detuvo, seguro de que había escuchado pasos delante de él.

- ¿Blanco? - Dijo con tranquilidad. Sabía que los seguros de la puertas estaban puestos y que era difícil se abrieran sin que el los escuchara.

Nadie respondió.

Sintió en la base de su espalda un escalofrío que se formaba y a punto de dispararse le detuvo. A la vuelta del pasillo había una ventana abierta.
Sacudiéndose el frío del cuerpo se encaminó hacia la ventana y decidido la cerró. "FLOP FLOP", definitivamente esos pasos no eran suyos. Alguien más andaba delante de el.

- ¿Bermúdez? - Nuevamente no obtuvo respuesta. Y nuevamente continuó cada vez más seguro de que aquello debía de ser algún tipo de novatada.

Al acceder al próximo corredor le pareció escuchar nuevamente pasos delante de el, y con la linterna en alto empezó a apresurar el paso. Si aquello era un chiste bien estaba dispuesto a caer siempre y cuando no fuera algún interno fuera de su cuarto.
En el siguiente pasillo los pasos se hicieron más claros y Fernando apresuró el paso.

- He! ¿Quien está ahí?! - Logró ver una silueta doblar la siguiente esquina y comenzó a correr, gritando, con la esperanza que sus compañeros le oyeran. Sin embargo, la persona que estaba delante comenzó también a correr logrando mantener la distancia.
Los corredores, altos, anchos, las largas ventanas enrejadas, las baldosas de comienzos del siglo veinte pasaban idénticas, como repitiéndose detrás de Fernando. Al doblar el siguiente codo vio como una puerta se cerraba justo delante de el. Aparentemente su objetivo se había metido en una habitación. Fernando esperó que fuera la del interno, no fuera que se metiera en la de otro y tuviera que frenar de dos locos sueltos. Escuchó el sonido de Blanco corriendo detrás de el, Bermúdez seguramente hubiera pegado la vuelta por si la persecución se seguía.

Agitado Fernando se acercó a la habitación lo más rápido que pudo, y colocando la linterna en su bolsillo se preparó para lo peor. Dos internos descontrolados. Sí ese era el caso iba a tener que contenerlos hasta que llegara el resto. Se tomó un segundo para recuperar el aliento y miró por la ventana de la puerta. Sí, había un hombre de espaldas a el y otro contra la pared. La falta de luz en la habitación no le permitía identificar al otro interno.

Fernando abrió la puerta y el interno que se apoyaba contra la pared le miró con una mueca de pánico que le deformaba horriblemente las facciones. El hombre que le daba la espalda giró preparado para atacarlo y se detuvo, se miró a sí mismo quien acababa de irrumpir en la habitación. Fernando gritó y empezó a retroceder hacia la puerta cuando tropezó consigo nuevamente al entrar. - ¡Jajaja! ¡Se los dije, se los dije! - Gritó el interno contra la pared.

Fernando se despertó en la sala de los enfermeros rodeado por sus compañeros. Quienes le explicaron que le habían oído gritar y le habían encontrado desmayado en la habitación de un interno. El cual estaba saltando sobre la cama a las risas hasta que Blanco y Bermúdez lo sometieron y la nurse lo terminó de bajar con su cóctel especial. Sin embargo, no había nadie más en la habitación, ni le habían seguido. Solo habían escuchado el último grito.

Fernando se incorporó y pidió un cigarro.

viernes, 24 de julio de 2009

La noche del lápiz

Mi lápiz está gastado, tan consumido que apenas se mantiene. Si lo apoyo, rueda lentamente hacia el piso. Lo tomó de nuevo, siento su palpitar; intento escribir con el pero no, muerde rabioso los renglones de la hoja, se retuerce y escupe las palabras con saña, como si ya no quisiera saber nada de nada.
En su último acto de rebeldía escapa de mis manos y se arroja al suelo, quebrando su punta.
Lo levanto del piso y lo miro, esquiva mi mirada. Le grito, le insulto y lo pateo. Solo para dejarlo lejos de mi vista. Me doy cuenta de mi error; me arrodillo y lo busco. Lo busco debajo de la cómoda, detrás del sillón, mezclado con mis libros pero nada, no hay señales del maldito lápiz.
Chillo, pataleo y comienzo a tirar las cosas, correr los cuadros, dar vuelta las almohadas, voltear las vasijas...pero nada. No está.
Me siento, hundido en la desesperación. Me siento con los ojos fijos en lo que he escrito. La hoja sigue ahí, muda, inmutable ante mi tormento. En un acto de pura crueldad la arrugo y la tiro a la basura. Y entonces lo veo, el lápiz, a los pies de mi cama, donde siempre había estado.
Ahora solo resta encontrar la hoja...

lunes, 20 de julio de 2009

Es una idea robada pero divertida.

Caminaba descalzo por la habitación. Los pensamientos llegaban como rayos, ideas, imágenes, problemas, azulejos, plantas, cortinas, avenidas y circunvalaciones. Ya era el quinto día que pasaba encerrado en aquella habitación meditando. Flor de loto, palo podrido, yoga y mucha droga. Sentía como se le empezaba a consumir la cabeza mientras la gente se paseaba por la casa. La casa roja. La recordaba el primer día que la vio desde afuera. Roja, toda roja por afuera y tan podrida por adentro. Los viajes de ácido no le hacían bien, las trompadas tampoco, después de todo eso ya no importaba, ya no importaba no. ¿Quien golpeaba la puerta? Ya era el quinto día que estaba encerrado en el baño. Se escapaba por la noches a comer. En esa casa vivía un montón de gente. Una especie de comuna hippie o algo por el estilo.
Miró su reflejo en el espejo, - Che, te están hablando - le respondió. Gritó, y corrió hasta un rincón. Alguien movía algo pesado en el piso de arriba, los gritos de la puerta subían, se impulsaban y terminaban estrellándose en la pared del baño. Gritó, giró y miró hacia el cielo con ojos perrunos. El techo cayó sobre el.

La puerta se abrió, se escucharon dos voces:

-¿Sabés quien era este tipo? -

- No, parece que era un sabio, o un caracagada -

Y el se iluminó.

jueves, 16 de julio de 2009

Invierno

Sonrisa….falsa. Muchas gracias….falsa. Cualquier cosa te llamamos…falso.

Ya empezaba a lloviznar otra vez cuando venía subiendo por la calle hacia dieciocho. Las primeras luces se encendían dejando a la ciudad en ese estado letárgico. Entre el día y le noche con las luces metidas en el medio. Siempre se le venía esa imagen de una planta dentro de una casa, al lado de la ventana pero iluminada con una lámpara ultravioleta. Una tristeza.
A medida que la lluvia avanza la gente desaparecía. Llegó a dieciocho y es hora pico. Bondis rellenos de gente, autos con las luces encendidas, motos y bocinas haciendo un decorado navideño perfecto en pleno Julio.
Desde afuera la puerta de el antiguo hotel, ubicada ente dos casas parecía no dirigir a ningún lugar. Pero una vez atravesada daba a un pequeño pasillo techado hasta la mitad, con una bombita solitaria a medio camino. Luego empezaba el patio interno sobre el cual se agolpaban las antiguas habitaciones que ahora eran alquiladas por una vieja bigotuda quien aseguraba: “había perdido a su marido por los Tupas”, nunca nadie se animaba a preguntar que quería decir eso exactamente. En todo caso; la puerta, la bendita puerta se hinchaba con la humedad y tuvo que forzarla un poco para intentar entrar. Parecía que el patio se había inundado porque había una fina capa de agua en el suelo que algún alma caritativa había cubierto con pedazos de cartón y diario.

Agradeció a la suerte que por lo menos le concedía la gracia de no tener que cruzar el patio para llegar al “apartamento”. Tomó por la escalera de la derecha que daba a la fila intermedia de habitaciones y de ahí hasta la cuarta puerta.
El ¡Chop, chop! De los championes le indicó que la inundación parecía haberse extendido. ¿Julia estaría en casa? En teoría debería estar. Siempre estaba en la casa. La había vuelto a encontrar hacía un par de semanas y le había invitado a visitarlo. Esa noche se habían acostado y ella se quedó. Parecía ser algo natural, esas cosas que simplemente “suceden” y apenas se notan. Ella dormía la mayoría del día y compartían un par de horas durante la tarde. Caída la noche ella se iba, y el nunca le preguntaba que hacía, es más, tampoco le importaba. No se habían vuelto a acostar desde entonces, pero la compañía le hacía bien (suponía que a ambos les hacía falta) y cuando ella llegaba durante la madrugada metiéndose en silencio dentro de la cama resultaba de lo más reconfortante.

Ojalá estuviera Julia.

Generalmente cuando llovía tenía que apagar el portalamparas porque corría un considerable riesgo de electrocutarse. Ojalá abriera la puerta y estuviese Julia con su pelo negro, corto, desordenado; con la luz de alguna vela que haya encontrado en algún cajón; con el resto del vodka que estaba en la heladera. Meterse un rato en la cama a tomar un trago, fumarse un cigarro, sentir el cuerpo caliente de Julia, sus pies fríos, su nariz fría, un poco de música y dejar pasar un rato. Así, en el momento. Haciéndose compañía en silencio, reales, más presentes que en cualquier momento. Dejando filtrar la lluvia un rato, sacandose la humedad de adentro.

sábado, 11 de julio de 2009

Sobre una noche en vela

Ojeras. Eran dos putas ojeras.
María se miró en el espejo con más detenimiento. Haciendo una minuciosa inspección recorrió sus ojos, sus labios, sus dientes. Abrió la canilla y dejó correr el agua mientras se retorcía nuevamente sobre el water. Ya le quedaba poco en el estómago y la noche anterior se había convertido en una masa gelatinosa (parecido a lo que le devolvía la mirada desde el fondo del water ) e incierta. Los recuerdos volvían como mirados a través de una cortina de agua mientras ella zambullía su cabeza en el chorro de la pileta.
Salió al living y recorrió algunas caras familiares entre la gente dormida. Recordaba ese living al principio de la fiesta. Si no fuera por el color de las paredes y la moquete sucia estaba prácticamente irreconocible.
La luz entraba por la ventana del apartamento, María vió la tarde que comenzaba a caer. No tenía reloj. Nunca usaba reloj y se preguntó que hora sería. Se suponía que había un reloj de pared cerca de la puerta pero el espacio ahora se encontraba vacío.
Buscó su campera entre la gente que ahí dormía, encontrándola como almohada de una pareja que parecía haberse apropiado de los abrigos de toda la comitiva para no pasar frío. Probablemente estaban tan borrachos que ni cuenta se dieron de cuando la recuperó.
Caminó hacia la puerta que por suerte estaba abierta. No quería enfrentar al dueño de casa, no quería que tener que pasar por la molestia de despertar a alguien con sus olores, sueño y los recuerdos, los recuerdos que sentía agolparse detrás de su cabeza pero de los que no quería saber nada.
El ascensor llegó rápido, la resaca se empezaba a sentir. Al entrar recordó que estaban en un piso doce de un edificio de pocitos. Apretó el botón que decía PB. De entre la niebla de la noche le surgió una canción de Tom Waits que no venía al caso. No sabía porque; pero siempre solía acordarse de esas bobadas, sobre todo cuando necesitaba llenar la cabeza con algo que le presentara pelea a la resaca que ya se adueñaba casi completamente. Le dolían los dientes. No podía evitar la sensación de que ella estaba ahí, de pie contra una esquina del ascensor sin moverse y que al revés de lo que suele creerse era el resto del edificio el que subía.
Llevó la mano derecha al pequeño bolsillo del jean buscando algo que no encontró. Y ahí se acordó.

-¡La puta madre que lo parió!-

Golpeó la pared del el ascensor que amagó a atascarse.
La bolsita con la merca no estaba y si algo le molestaba era no saber que había pasado con ella.
"And they all pretend they're Orphans
And their memory's like a train"

Su cerebro aceitado por el alcohol se disparó a la búsqueda de la bolsita perdida. Sin embargo había una significativa porción de la noche perdida, estrellada en mil pedacitos de cristal que ahora se clavaban en su cabeza.
"You can see it getting smaller as it pulls away
And the things you can't remember
Tell the things you can't forget that
History puts a saint in every dream"

“Perdido por perdido”, mejor no pensar más en la escama y ponerse la campera. Bien abotonada hasta arriba.
"Well she said she'd steak around
Until the bandages came off
But these mamas boys just don't know when to quit"

El portero la recibió con una mueca entre sonrisa y que-cara-mija mientras le abría la puerta con un sonoro “Buenas tardes”(demasiado sonoro para el delicado estado de los tímpanos de María).
El frío golpeó con fuerza contra su cara y se coló hasta sus huesos que parecían más sensibles que de costumbre. Conocía la sensación. Buscó un pucho en el bolsillo de la campera y a esperar el bondi.
Por suerte Waits aún le cantaba al oído:
"And Matida asks the sailors are those dreams
Or are those prayers
So just close your eyes, son
And this won't hurt a bit

And it’s time, time, time..."

jueves, 9 de julio de 2009

24 por segundo

Te reís de todos los chistes?
Sos el cuarto de un ménage à trois


Todo parece cubierto de una fina capa de ese mismo material del que están hechos los sueños. Quedando distante como ecos de imágenes, voces, datos y acciones. Pero durante esa "mecanización" de la vida es imposible alejarse de la sensación de estar sentado justo detrás y bajo el cerebro, observando todo.
Mientras dure el pop y la coca-cola todo funciona de maravilla: El espectáculo es interpretado y reinterpretado una y otra vez. Cierta parte de uno se vuelve un ávido cinéfilo y aprende a ver el detalle de lo proyectado sobre la pantalla. Desde la envoltura y desenvoltura de sus personajes hasta los puntos que marcan el inicio de un nuevo rollo de cinta. Y aunque el guión apeste, los infinitos finales sean predecibles (además todos dan pie a una segunda parte que es aún peor que la primera), lo largo, lo lento de la cinta y aunque la sobreactuación sea un lugar común ese pequeño espectador no alza la voz, no se para y huye de la sala, ya sea para ir a su hogar o para cambiar de filme. Y jamás, pero jamás, habla con nadie de lo que ve. Pues en esa sala no hay nadie más que el.

Algo ahi

Hay algo ahí, sé que hay algo ahí.
Algo ahí.
Mi mente se va, puedo sentirlo.
Mi mente se está yendo.
Se va ahí,
Se va, se va, se va.
Stop it!
Se va y me mira desde la oscuridad.

Me voy intranquilo camino abajo. Con un leve recuerdo de saber que había algo allá.

lunes, 6 de julio de 2009

Historias inconclusas

Dos tazas, dos platos, un sofá, una televisión que cumplía (y con eso alcanzaba, ya que la mitad de las cosas que se permitían tener o bien cumplían una función específica que respondía a sus intereses o cumplían con “lo que una casa debe de tener”), una radio con “pasacassette”, un par de reliquias (un toca discos y algún afiche viejo), una pequeña biblioteca; dos sillas (y dos más para invitados), dos botellas de shampoo, dos cepillos de dientes. El mundo binario era interrumpido por varias excepciones, algunas ya mencionadas pero una aún más importante. Una-sola-cama.

Mauricio estaba de cara al sol. Siempre le había parecido que el sol en Montevideo “quemaba” distinto que en otros lugares. Bah, esa era la diferencia. Según Mauricio ahí el sol no quemaba, más bien lamía las cosas.

-Mauri, ¿Sabés donde está mi disco de la Velvet?-

Desde esa posición en el piso podía ver el pelo enrulado de Analía surgir del piso del altillo y frenar hasta que quedaran sus ojos a la altura del suelo. Mauricio giró quedando boca abajo. Apoyó su mentón sobre la madera del altillo.

-Ni idea…-

Unos segundos de silencio. Hacía tiempo que no se fijaba en los ojos claros de Analía.

-Si no está en la caja con el resto de los vinilos ni idea- Dándose por desentendido volvió a su posición original. De cara al sol.

-Mauri… ¿Vos qué vas a hacer ahora?- Había algo similar a la culpa en su voz. Mauricio entendió que Ana seguía ahí; sentada en la escalera del altillo -… ¿Vas a volver a Buenos Aires? –

Dejó la pregunta flotar unos segundos en el aire. Llenando poco a poco la habitación mientras el sol montevideano le lamía la cara. Recordó que hacía un par de semanas que no se afeitaba.

-No sé, puede ser. Todavía no pensé mucho en eso. Antonio me ofreció quedarme allá, a la casa de mis viejos no vuelvo ni en joda. El otro día hablé con ellos, preguntaron por vos-

Silencio

-No les dije nada – La frase cayó como una sentencia, seca, cortando la habitación en dos. – Ahora dejame tranquilo que tengo cosas que pensar –

Pensar. Sí, pensar. En los cajones vacíos, en el altillo, en pelo de Analía, en la cama, en los discos, en el café, en los libros. Tenía que pensar en todo menos que iba a hacer en los siguientes días. Algo que había aprendido a hacer cuando vivía con Antonio en Buenos Aires, “Algo ya va a aparecer” decía el flaco cuando alguno perdía el laburo y había que pagar el alquiler. Y en ese puto sol de mierda que no dejaba de lamer.

sábado, 4 de julio de 2009

Entre cafés y cigarros

Ye - ¿Sabés cual es mi problema?- digo mientras prendo otro cigarro - Mi problema no es la raza humana, yo amo a la raza humana, mi problema es la gente...No es la raza humana, son sus exponentes ¿Entendés lo que te digo? -
Ve - Se...¿Sabés lo que te pasa a vos Ye? - Dice mientras suelta una porción de su cigarro ahora convertida cenizas - vos sos un humanista típico; humanista versión uno punto uno -
Ye - Sí...puede ser - Largo más humo, estas cosas me dan asco - Una vez me dijeron que en realidad no soportaba a las personas porque era incapaz de soportarme a mi mismo...lo más honesto que pude responder fue que seguramente fuera verdad -
Ve - Tsk...te lo dije. Y además sos un fronterizo de mierda -
Ye - Andate a cagar -

jueves, 2 de julio de 2009

#7

"Veo a través de tus ojos. Veo vacíos bloques de concreto.
Destripo tu alma, desnudos tus huesos se ven,
flores de blanca carne. Olor a podrido.
Busco entre tus piernas y no encuentro nada.
Llantos y vacíos, pedazos de dios y un tiritar inmenso,
gris y seco."

Otra noche larga

La cabeza rebotó contra el estante que había detrás y con el golpear de la cabeza las botellas que habían allí se agitaron. Una, dos, al piso.

-¡Hijo de puta, te voy a matar a palos!-

En su cara se dibujó una sonrisa de confort.
Desde su singular posición podía ver todo el local: Los estantes repletos de botellas y "comida", las heladeras repletas con cervezas, agua, jugos y demás porquerías. El vidrio que daba a la calle por la que apenas pasaba gente y sobre el cual ya se habían agolpado uno o dos intrigados por el nuevo espectáculo que gratis les ofrecían. Dentro del local tres personas: Ella sobre la puerta (ahora cerrada con una cadena y un candado bastante pesado, o al menos así se veía desde ahí) con su campera marrón, su pelo corto y opaco; su mirada vagaba entre la extraña pareja de enfrente y el universo infinito. Estaba el "otro tipo", que se apoyaba contra el mostrador con cara de póker y un teléfono en la mano. Y finalmente estaba la cara rechoncha y colorada de su agresor que se desdibujaba en el fondo del retrato.

-¡¿Y te vas a quedar acá quietito hasta que llegue la policía me entendiste?!- Hablaba entre dientes, como mordiendo las palabras, apenas dejándolas escapar.

Ella había dicho que se quedaran tranquilos y eso iba a hacer. El cuello le dolía, las costillas le dolían y si su agresor seguía apretando pronto iba a quedarse sin aire. Pero nada de eso le molestaba, el estaba tranquilo, desconectado, Zen. Su mente estaba diluida en un caldo de pastillas y alcohol. Nada le podía tocar.

La mano aflojó y cayó al piso. Cayó como caen las personas inconcientes, golpeando el suelo con todo el cuerpo al mismo tiempo. Cayendo tan bajo como pueden caer. Un sonoro !PLAF¡ de una botella compañera coronó la caída. Su pelo negro, lustroso y enmarañado se baño en el charco de sidra barata; el cual protegido por una espesa capa de grasa parecía no absorber el líquido.

El agresor le gritaba algo a la gente de afuera, su cuerpo grande y macizo se recortaba bien contra el vidrio y la noche. Si tuviera fuerzas se le hubiese tirado arriba, hubiera hecho estallar el vidrio en mil putos pedazos que se le clavarían al agresor y correría calle abajo hasta encontrar algún escalón o un baño.
Ella pareció leerle la mente; y todo sucedió en cámara lenta: saltó del piso y caminó derecho hacia el agresor, tomó una de las botellas y se la partió contra la cabeza, tirándole al piso mientras le insultaba. El otro no perdió el tiempo y la agarró por detrás levantándole del suelo. Entonces el se paró y fue directo a su encuentro. Forcejearon unos segundos que se hicieron eternos y en un instante ambos se encontraban corriendo calle abajo. El otro había atravesado el cristal y ahora empezaban a sonar unas sirenas distantes.

-!Mierdamierdamierdamierdamierda...!- Repetía ella mientras su sangre se habría paso a través de las agotadas venas.

Corrieron tan lejos y tan rápido como pudieron. Sin dirección, sin conciencia. Era un acto puramente instintivo. Salvarse, eso era todo lo que contaba.
Agitados y agotados terminaron escondiéndose detrás de un viejo edificio que era hogar de unos pocos indigentes y refugio de incontables ratas.

miércoles, 1 de julio de 2009

#24

"Pasé las ultimas dos semanas en cama. Absolutamente sedado por los mata-sanos, arruina-mentes, la gente blanca con voces asquerosamente agradables.
Hace dos semanas que entre acá, no tengo muy claro en que condiciones o de que manera. La primera semana me resistí a toda clase de medicación. Al ver que no había manera de hacerme tragar esas inmundas, asquerosas pastillas, pasaron al plan B, y ahora mis brazos y piernas parecen superficies lunares. Espacios en blanco irritados y llenos de agujeros.
La segunda semana dejé de pelear. Quizás fue el cansancio, quizás estaba demasiado drogado como para resistir cualquier clase de invasión, de desviación de esta horrenda realidad.
Aún ahora, en estos minutos libres, entre inyección e inyección me es difícil concentrarme. Pensar es como nadar en vidrio.
Hace cuatro días comencé a ver un punto fijo, una mancha de humedad en el techo del cuarto. De esa manera pasan más rápido las horas, las agujas, los gritos ajenos y propios. Dicen que si me sigo portando bien y si prometo no volver a escupir las pastillas lava-cerebros me dejarán de pinchar.
La mancha de humedad se queda quieta, yo tendría que hacer lo mismo. Ella lo pasa tan bien ahí: quieta, tranquila, sin ningún esfuerzo. No como yo, que cada vez me cuesta menos. Al fin y al cabo; ya soy espacio en blanco, un basurero de desechos médicos y toxinas, no veo razón alguna para no jugar mi papel.
En fin... todos necesitamos, de una manera u otra, escapar de nuestros fantasmas."