Habíamos llegado a la fiesta a medio empezar. La casa era lo suficientemente agradable como para asquear a cualquiera con un mínimo sentido de la decencia.
Por suerte la atravesamos rápidamente para desembocar en el jardín. El pequeño circo de los terrores que algunos individuos gustan de llamar "la barbacoa".
El fondo de la casa era lo bastante extenso como para contener a la gente, sus billeteras y los excesos de ego que se les escapaban por el culo en forma de interminables listas de actividades, opiniones políticas y objetos de alto vuelo que podían o ya tenían en su poder.
Tengo que admitir que ya venía bastante "entonado" al llegar, y luego de saludar al cumpleañero encaré hacia la mesa de tragos, hice alguna mala movida que me alejó de la seguridad de mi grupo. Gran error. Ahora me encontraba con medio vaso vacío en una mano, media botella de gin en la otra, media conciencia y medio cigarrillo que pendía de mi labio inferior; solo, enfrentando al dragón.
El hombre que sostenía la espátula me resultaba demasiado familiar. A un lado de la parrilla hablaba con un grupo de muchachos engominados, camisas, shorts y alpargatas de shopping center. Repartía hamburguesas a quien se acercara mientras se escurría entre toda aquella basura de derecha. No se confundan, yo soy, básicamente, un hombre de prejuicios y sé cuales son míos. Sin embargo, hay ciertos prejuicios con los que me siento lo suficientemente cercano como para abrazarles sin chistar.
El asador de otro planeta hablaba y hablaba, largaba mierda a más no poder. Parecía tener vagones, cargamentos enteros de esa porquería que vomitaba constantemente con un tono encantador. Intentaba que no se notase pero era irremediable. Como candidato de la derecha más conservadora había tenido su momento hace unos quince años, hoy intentaba volver por un poco más de torta, se babeaba mientras pegaba alaridos de desesperación por un poco más; un poco más de dinero, un poco más de reconocimiento, un poco más de poder.
Y repartía hamburguesas convencido de que estaba sumando puntos. El muy estúpido ni siquiera estaba molesto por verse rebajado a hamburguesero por unos votos más.
Sabía que la familia era de derecha, quizás el les debiera algún favor, o quizás fuese al revés, no importaba realmente. El estaba allí, repartiendo carne con la convicción y la alegría de que así como a Cristo le había tocado cargar con su cruz el debía de cargar con la suya, y eso estaba bien. Apuesto lo que sea a que si este tipo viviera en el ’45 apoyaría a los aliados con tal de quedar bien con la mayoría de gente posible.
En todo caso, ahí estaba yo frente al dragón, y este no paraba de vomitar sus porquerías pseudo intelectuales sobre todos esos supuestos importantes temas. Rodeado de aquella gente etérea, repartiendo comida y rascándole el lomo a esa juventud derechista, derechista por fe, estupidez o simple tradición.
Ahí estaba el, y ahí estaba yo, arruinado e intentando nuevamente servir el gin dentro del vaso.
Alguno de estos chetos apaisanados se sacó una guitarra del culo y empezó, acompañado por una acicalada muchachita para luego ser acompañados por la multitud en una serie de loas folclóricas a sus héroes, algunos nacionales, otros partidarios, a épicas batallas y a patrias de fantasía, canciones de funeral. A esta altura ya era definitivo, aquello debía de ser el infierno.
Tomé mi botella de gin y me deslicé por un costado. Fuera de la casa, fuera del jardín, de vuelta al mullido purgatorio.
Última vez que vengo por este barrio en época de elecciones.
Magnánimo.-
ResponderEliminarSabelo
ResponderEliminar(Bien vos ahí curtiendo bloguitsimo.)