domingo, 2 de diciembre de 2012

P-p-P


 La felicidad es lo que hay entre malos momentos. El amor es lo que hay entre la soledad y el descorazonamiento. Espacios entre medio de una cosa, y la otra. Entre un labio y el otro: La boca. Entre tu pena y mi olvido. Entre tu pierna y la otra.
 El tiempo compartido. Las presencias remotas. Y sin embargo, una vez que todo lo dicho fue dicho, solo el dolor es propio.
 Los recuerdos se comparten,  las risas se comparten. Pero el dolor...indivisible, eterno...mientras dura al menos. Entra, se estanca y luego se va en silencio. No como la risa, que traquetea plácidamente cuesta abajo hasta ser murmullo que contagia a otros. No. El dolor se va chorreando despacito. Como para que uno, acostumbrado a su presencia, no note su ausencia hasta pasado el escape. Intimo. Único. Y nos damos vuelta, y vemos los rastros de su salida. Y le dedicamos una última mirada. Porque sabemos que aunque todos lo conozcamos, no hay una sola persona en el mundo que pueda hacer propio el dolor de uno ni robarnos el orgullo de haberlo sobrevivido. Ya nos vamos a volver a encontrar, es cierto. Pero para entonces yo voy a ser más viejo de lo que fui. Ambos más iguales, y más distintos.

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