Caminaba tranquilo por una noche, por una vereda. Sus pasos resonaban detrás suyo, justo detrás suyo. Cada tato giraba para asegurarse que los pasos que le seguían eran los propios y nunca ajenos.
El día no llega, el sol no cae, se desliza por debajo de todo y crece.
Los pasos se callan.
Solo queda un hombre.
Caminando.