Desde que tenia memoria había sido mas viejo. Todas las vecinas, tías y madres de amigos opinaban: Pero que maduro que es. Desde que tenia memoria le irritaban las personas, desde que tenia memoria
Desde que tenia memoria corría el ómnibus que doblaba la esquina y pasaba justo por cuadra de su casa; se tiraba sobre cartones por pendientes de pasto, jugaba en la vereda y andaba en bicicleta.
Desde que tenia memoria el mundo era un poquito mas gris de lo que había sido antes.
¿Antes? ¿Antes de que?
Fue una tarde de otoño. La vereda estaba cubierta de hojas que habían caído a lo largo del mes formando una espesa capa color marrón. Cada tanto, aparecía una roja u amarilla. Y era verdaderamente emocionante, aunque tal suceso fuese de lo mas usual.
Había pasado toda la tarde jugando con una pelota gastada. Lo parches de cuero ya se empezaban a descolgar del cuerpo de la bola, revelando la cosa gris que contenía el aire adentro. Se paraba en el cordón de la vereda y la pateaba formando un arco sobre la calle de forma que cayera justo sobre el filo del cordón contrario. La gracia, era que la pelota picaba hacia cualquier lado y había que correrla antes de que llegara a la esquina y de ahí a la calle, y de ahí a las ruedas de algún auto.
Una de estas veces (la que en todo caso nos importa) sucedió algo de lo mas particular. La pelota reboto pero en lugar de salir disparada en algún improbable ángulo se deslizo por el cordón y camino lentamente hasta la mitad de la calle.
El niño corrió hasta ella seguro de que no corría peligro y tropezó. Justo en el momento que levantaba la mirada para asegurarse que nada se acercaba vio como el ómnibus que entraba por su calle se detenía a unos escasos centímetros de su cabeza.
Esa noche comprendió algo que utilizaría el resto de su vida: La vida, la muerte, y todo lo demás no depende de la bondad o voluntad, sino de la suerte, y es es con lo único que se puede contar.