viernes, 26 de octubre de 2012

M.M.


 Caminaba al filo de el sueño. Lo sabía. Esa delgada línea entre las profundidades de el reino de Morfeo y las profundidades de la taza de café. Estaba sentado en la mesada de la cocina y se filtraba algo de luz entre las cortinas. Estaba caminando por la orilla de una playa. Con los codos sobre la mesa y la cara sobre las manos cada tanto cabeceaba y volvía a la cocina. Estaba en un pasillo. Una casa vieja. Con piso de madera, empapelado añejo y aire con olor a polvo. Al final de el pasillo una puerta. Por debajo de la puerta se adivinaba luz en la habitación. Luz que contrastaba con la oscuridad que parecía habitar en el resto de la casa. Extendió la mano. Cruzó el umbral.
 La habitación pertenecía a otra casa. O a esa casa. No estaba seguro pero no volteó. Sabía que de girar el pasillo probablemente no estuviese allí, ni el polvo, ni el empapelado, ni nada más que la apacible cabaña rústica en la que parecía estar.

 - Buenos días

 La voz provenía de una figura sentada sobre una cama. Era su abuela, su maestra de segundo, su madre o tal vez las tres. O ninguna.

 - ¿Esto es un sueño verdad? - Preguntó susurrando sin tener muy claro por que.

 - No. Por supuesto que no. - La mujer se levantó y descorrió unas cortinas dejando entrar la luz de la mañana. Se acercó a el y le colocó una mano sobre la cara. Pudo sentir el calor y el olor profundo y dulzón del jazmín. Luego el dolor punzante cuando la mano empezó a hundirse en el cachete. Arañando, desgarrando el rostro como si fuese masa.

 Despertó. Estaba en la cocina. Había vuelto a cabecear. Por reflejo se llevó la mano a la cara. Todavía le quedaban ecos, como caricias de el dolor. La taza de café seguía ahí sin terminar. Todo estaba en orden. Aunque no recordaba haber descorrido las cortinas.

jueves, 25 de octubre de 2012

Sobre Dios y esos mojos



 Sobre el paradero de Dios poco se sabe. Sin embargo, si sabemos de el incidente que originó su auto exilio.
 Aparentemente sobre el año 300 después de Cristo un diácono luego de extensas horas de plegarías, privación de sueño y alimentos habría llegado a ponerse en contacto con Dios. Ante la mirada perpleja de el mismo el diácono formuló una pregunta: ¿Por qué existen los mosquitos?*. Dios no sabía que contestar. Primero intentó saber (algunos dirán que esto es tonto pero cuando uno es omnipotente lo que no sabe se sabe si uno quiere saberlo y punto). Luego intentó recordar. Logró recordar haber creado el vino, haber tenido una idea esplendida y de alguna manera algo había salido mal.
 Esto. Como podrán imaginar, no le gustó nada nada Dios. Y siendo todo poderoso, todo sapiente, todo, bueno....todo todo. No está en su obrar usual ni pedir disculpas ni dar explicaciones. Sin embargo el no poder saber porque había hecho algo que había hecho le planteó las limitaciones de su poder y lo sumergió en una profunda crisis existencial.  Desde entonces no se sabe nada de el. Y digo El porque momentos antes de que el diácono fuera devuelto a su forma mortal pudo verle debajo de la pollera. Por supuesto que momentos después de relatar su historia murió fulminado por un rayo....el señor obra de maneras extrañas.



*- Teniendo en cuenta lo inusual de la pregunta, se puede suponer que la misma como la privación de sueño y las plegarias pueden justificarse a raíz de una inmensa invasión de mosquitos que siguió luego de una temporada de lluvias al rededor de esas fechas -

miércoles, 10 de octubre de 2012

1316


 
  Cuando sublimar no alcanza.

 ¿Qué se hace cuando el beso lava las heridas,
  pero deja el sabor amargo del recuerdo?
  No es solo cambiar de dueño,
 no es solo apretar los dientes y esperar.
 También hay que ser honesto.
 También hay que dejar de ser perro.

 Cuando la sonrisa cómplice es un esfuerzo.
 Cuando se avanza a fuerza de peso.
 Ni la pena, ni la verguenza, ni la ilusión,
 alcanzan para convencerse, para transformarse,
 para volver a ese salón.
 Donde el abrigo es eterno, 
 donde siempre brilla el sol.